(literatura imitativa)
Se hizo el macho: que no me voy?, dijo. Que no me voy a ir? Mirá como me voy! y saltó en un avión y se fue a otro continente, como para probarle al pueblucho que él no aceptaba las migas. Y saludó a sus amigos y se fue, y saludo a su familia que no sabía de donde agarrarlo y se tomo el avión y se fue.
A los pocos días de haber pisado el nuevo continente ya lo encontraba helado, ya extrañaba fulero, el patio, los amigos, el olor a carne asada, que el sol aquel y el desparpajo aquel…Pero ya estaba afuera y no se iba a volver así nomás, igualito al que se había ido: gordo y blandezco el bicho, pueblerino.
No le salía palabra. La noche le llegaba con apuro. Miraba ventanitas heladas del continente ajeno y se mojaba. Pero sacó pecho de nuevo: que no me quedo yo? que no me quedo? Mirá como me quedo! Y se quedó nomás, pero para nada como había imaginado: nadie, absolutamente nadie, parecía haberlo estado esperando ahí. Andaba por ciudades que lo ignoraban olímpicamente y el bicho blando se maravillaba de constatar que se ignoraba todo de él, de su partida del otro continente y de su llegada a este. Lo ignoraban sin miramientos, y el bicho blando se apunaba.
No solo lo ignoraban : ni una pista de lo que su vida futura podía ser le iluminaban. El tiempo que le iba a venir encima se le aparecía no negro, no difícil, sino incoloro, inodoro, ni malo, ni bueno, indescifrable. El bicho bueno, blando quiero decir, podía ser malo en el pueblucho, y aunque se sabía blando se creía duro, pero en el continente extranjero nada de eso: más blando que la leche. La ciudad le pinchaba el disfraz con desconcertante facilidad. Su tamaño en esa gran ciudad se achicaba tanto cada día, que el bicho se preguntaba : hasta donde iría mi pequeñez?
Que le llegaba la noche a las tres de la tarde? Se achicaba el bicho blando. Que le llovía todos los días y hacía gris? Shhhhoouiiit, se encogía. Que su humor no tenía moneda de cambio aquí? Se enmudecía. Que nadie lo conocía? Se achicharraba, se encogía, se ablandaba el bicho, y se le cerraban los bronquios de la alegría y la tráquea de la amistad o del habla. Andaba como masa blandengue y apocada, chiquitita, y rebotaba en las esquinas duras de las ciudades y le quedaba la marca de los ladrillos y se decía « que no me quedo? », y vraaam!, se quedaba a los golpes nomás, pero ya sin sabor.
Se quedaba porque ya no había ni allá ni acá y se despertaba por las noches buscando el botón del velador que tuvo en alguna pieza. Y cambiaba de ciudades, y se reacomodaba un poco, recobraba solidez o tamaño, pero siempre lo tomaba desprevenido algún domingo lluvioso y se encogía de nuevo, una risa que no cae cuando debería, pero se quedaba, se encogía y se quedaba con el mismo ahínco.
3 commentaires:
Querido Chuki, una gusto leer tan buen texto, para nada achicado.
Abrazo.
gracias don deveze; sabes que en las afueras de Paris existe una calle Gustav Deveze?
No, no tenía idea! Ahora tengo otro motivo para volver a Francia: ir a esa calle y sacarme una foto abajo del cartelito.;)
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